La muerte, una conversación incómoda pero necesaria

Las conversaciones anticipadas pueden aliviar la ansiedad familiar y mejorar la calidad de los cuidados paliativos.

Escrito por

Sandra Lozano

Publicado el

junio 26, 2025

Es natural pensar que la muerte despierta miedo, tristeza o angustia. No obstante, vivir negándola puede generar más sufrimiento. Al permitirnos hablar sobre ella, ya sea por la pérdida de un ser querido o por el deseo de dejar asuntos en orden, abrimos la puerta al entendimiento, la empatía y el alivio.

Conversar sobre la muerte no es rendirse ante ella, sino aprender a vivir con consciencia. Además, cuando se habla de muerte, también hablamos de vida. Reconociendo lo valioso del presente, los vínculos que amamos y la importancia de cerrar ciclos con bondad y amor.

Nos incomoda, la evitamos y hacemos silencio cuando aparece en la vida de alguien cercano. La cubrimos con frases hechas como "ya está en un lugar mejor" o "el tiempo lo cura todo", sin darnos cuenta de que ese silencio o esas palabras, aunque bien intencionadas, a veces aíslan más de lo que acompañan.

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Pero la muerte, por más incómoda que sea, es parte inevitable de la vida. Y tal vez, por eso mismo, merece ser hablada, pensada, sentida y nombrada.

Hablar de la muerte no es una forma de rendirse ante ella. Es, más bien, una forma de reconciliarnos con nuestra humanidad. Nos recuerda que cada momento es único y que las despedidas no siempre avisan, y decir un "te amo", "gracias" o "lo siento" nunca está de más.

Cuando abrimos espacio para hablar sobre la muerte con nuestra pareja, con nuestros hijos, con nosotros mismos, también abrimos la posibilidad de vivir con más consciencia, con más presencia. Nos da permiso para sentir, llorar, honrar la ausencia, pero también para reconstruirnos desde ese dolor.

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Aceptar que la muerte existe no significa dejar de temerla, pero sí puede significar dejar de huir de ella. Y cuando dejamos de huir, algo cambia: nos volvemos más compasivos, más humanos, capaces de sostener el dolor propio y el ajeno.

Al final, lo único que queda es el amor. Y ese, ese sí que no muere.